
Las polémicas que hemos podido observar en torno al antes y
el después del concurso de recortadores con anillas
celebrado en Valencia en las fiestas de la Virgen de los
Desamparados, es una vez más la constatación de que los
festejos taurinos populares -y sus gentes- siempre tienen
sorpresas que depararnos, y es que, aunque parezca una
contradicción en si misma, nunca un festejo que tan
poca expectación había despertado –el escaso público que
acudió lo demuestra- ha generado tanta escritura.
Centrémonos ahora en tres puntos de interés:
primero las reacciones que se han sucedido en la opinión
pública tras el concurso; en segundo lugar el affaire
de los recortadores en las jornadas previas al mismo; y en
tercer y último lugar, la responsabilidad de la empresa y
los organizadores de cara al futuro.
Comencemos.
Afortunadamente, en los días previos al concurso, ya nos
felicitamos desde esta web por el mismo hecho de que se
celebrara un festejo popular por estas inéditas fechas en la
Plaza de Valencia, y, siendo un concurso de anillas, mejor
que mejor. Y digo que afortunadamente lo dijimos, porque
vistas algunas opiniones vertidas tras la aparición de las
primeras crónicas en la red, parecería que todo aquel que ha
sido crítico con el resultado del evento, estaba -de
entrada- deseando que se convirtiera en un fiasco. Ya se
dijo en su momento, era de enhorabuena para la empresa y la
organización el que se celebrara este concurso. «Lo que
está bien, está bien», decía El Tío Jindama, y así hay
que reconocerlo.
Dicho esto, todo ello no es óbice para que luego... los
resultados, hayan sido los resultados. Cada cual que lo tome
como quiera, pero taparse los ojos ante una realidad tan
deprimente –y no solo por la entrada- como la que aquella
mañana advertimos, consideramos que es un grave error.
Afortunadamente los festejos populares gozan de muy buena
salud –no están en peligro de extinción- y, en la Comunidad
Valenciana, esa salud es casi de hierro; así pues, partiendo
de esa base, es lógico pensar que si ahora nos
andamos con paños calientes y cubrimos lo evidente, habrá
que preguntarse: ¿cuándo será pues buen momento para
destapar todas las vergüenzas?, ¿cuándo no tengan ya
remedio?. Se diga lo que quiera decirse, el
resultado e imagen del concurso de anillas fue caótico por
muchos costados. Es más, pensando en un posible futuro en el
que los festejos acapararan aún más la atención del
aficionado... ¿cuándo sería pues buen momento para la
crítica de los despropósitos?, ¿habría que esperar entonces
a que viniera un canal de televisión –como está ocurriendo
últimamente con Tele 5 y “El Buscador”- para que se
destaparan las patochadas de los festejos cuando han estado
ante nuestras narices durante años sin que nadie abriera la
boca?. Valencia ha sido y sigue siendo una plaza de primera
categoría, con la seriedad que ello conlleva, no una de
talanqueras en la que una peña monta una becerrada.
La prensa especializada pues, si tiene conciencia como
tal y presume de aficionada, debe estar tanto para el elogio
cuando es menester, como para describir, denunciar y, si es
preciso, personalizar, cualquier error cometido en un
festejo.
Para los que estamos fuera del entramado taurino popular
y monetal, o sea, que ni somos organizadores, ni
empresarios, ni recortadores, ni ganaderos, ni revistas...
para quienes nuestra única meta –altruista por antonomasia-
es disfrutar de los toros y buscar la defensa del festejo,
solo debería haber un único punto de vista a la hora de
emprender la crónica –u opinión- sobre un papel: el del
hombre o mujer de a pie que cada vez que va a un evento
tiene que pasar por taquilla. Lo demás, es “taurineo”.
No hace muchos meses tuve la oportunidad de colaborar con
una web de la importancia de elchofre.com en un dossier
sobre el estado de la Fiesta que elaboró su ideólogo, Juan
Antonio Hernández. En ese dossier se preguntaba a varios
aficionados del país sobre distintos aspectos de las
corridas de toros, su estado actual, problemas, posibles
soluciones... muchas coincidencias hubo entre todas las
respuestas, y digo esto porque me gustaría citar aquí las
palabras con las que concluí en aquella ocasión: «solo
podría finalizar comentando algo respecto a los aficionados,
una cuestión que algunos sectores del espectáculo están
empeñados en tergiversar. El aficionado exigente,
detallista, inconformista cuando es necesario, etc...
disfruta del toreo. El aficionado, por muy exigente que sea
y por muy vehemente que aire sus protestas, quiere disfrutar
del arte del toreo en su plenitud, tanto es así, que cuando
llega a la plaza -a priori pues, a menos de escándalos
veterinarios o de otra índole- llega soñando en la emoción,
el disfrute y, si tercia, el sufrimiento que implica la
tauromaquia. A su vez, el taurino debe tener claro que el
aficionado no es un militante de partido con carné, o un
socio compromisario de un equipo de fútbol; así como el
taurino muchas veces esgrime que él es un profesional, debe
entender también que el aficionado es un consumidor, y no es
un consumidor tonto.»
Somos consumidores. Para el consumidor no es relevante si
Pepito o Menganito va a cobrar 100, 300 o 1000 euros por
enfrentarse a un toro o una vaca; nosotros, como
consumidores, pagamos para que nos ofrezcan un espectáculo
lo más emocionante posible, lo más puro posible, lo mejor
organizado posible, lo más detallista posible... para eso lo
pagamos. Si pagamos 10 euros por ello, exigiremos todo eso
por 10 euros; si pagamos 30 euros por ello, exigiremos todo
eso por 30 euros; y si pagamos 200 euros por ello,
exigiremos todo eso por 200 euros. El contrato está
hecho desde el momento que pago mi entrada, que no nos pidan
comprensión; el aficionado quiere resultados... solo el
juego arbitrario de los astados está fuera del contrato.
Si en lugar de como consumidor-aficionado, habláramos
como aficionados exclusivamente, entonces sí podría
interesarnos qué es más justo para unos o para otros; si
cobran bien o cobran poco; o si tal cosa ocurrida era
salvable, un despiste, o simplemente un accidente;
etcétera... pero, repito, antes de esto debe quedar claro,
como consumidores que somos al establecer nuestro contrato
con la empresa/organizador, que entendemos que ésta ya lo
tiene todo previsto, incluso sus acuerdos con el resto de
participantes –ganaderos, recortadores, etc-, participantes
que, dicho sea de paso, ya deben haber aceptado unas
condiciones concretas y, por lo tanto, ahora solo tienen
como misión el cumplir con el aficionado ofreciendo lo que
se espera de ellos.
Así pues, y por lo que respectó al intríngulis previo al
concurso a que nos venimos remitiendo, la barajada solución
sin continuidad de los reventadores, siendo una fórmula muy
utilizada a lo largo de la historia -utilizada sobre todo
porque ante ellos estaba el público mansurrón-, no puede ser
consentida por ninguna empresa ni, por supuesto, por ningún
aficionado. Si el recortador se compromete bajo unas
condiciones, yo, como consumidor, le exigiré que a partir de
ahí lo de todo sobre la arena. Antes de entrar a un
ruedo, si quiere –y como aficionado que soy- sí le ayudaré a
hacer la presión necesaria si considera que se la juega por
más bien poco; pero siempre, antes, y fuera de los ruedos.
Una vez paga, el consumidor no debe perdonar.
La responsabilidad de la empresa y el organizador es
harina de otro costal. En primer término porque hay
un pliego de condiciones que, supuestamente cumplió con
creces, y ahora le obliga a deberse a “su” plaza.
Sumando como suma en la baremación para la contratación de
la Plaza de Toros de Valencia cuestiones que atañen a las
distintas modalidades y eventos –como son los que ahora nos
interesan-, no es menos cierto que, aún sin que estuviera
explícito, cuando se tocan los apartados de fomento y
promoción de la Fiesta, los populares quedan inscritos en
ello. Así pues, el fomento es hacer festejos en
fechas no habituales, bien; pero también es promocionarlos
como les es debido, sobre todo si tienen asesores
que, conocedores del mundo del bou al carrer, conocen los
pros y los contras de cada festejo. ¿No los escuchan señores
empresarios?; porque presupongo –y a veces me consta- que
los organizadores se hacen oír.
De cualquier modo, si la promoción se la trae floja a la
empresa, hay métodos de programación mucho más lógicos:
programar lo taquillero cuando es más difícil tirar del
público, y lo menos comercial en fechas más propicias. O
sea, concursos de recortes en la Virgen de los Desamparados
y Feria de Julio –cuando los domingueros y aficionados de
labia se van a la playa-, y concursos de anillas en Fallas y
9 de Octubre –cuando la ciudad está en su apogeo-.
Aunque claro, lo más fácil del todo, lo tirado, es no
volver a hacer anillas.
Tras esto como esencial –y finalizamos ya- son detalles
otro tipo de cuestiones que, sí, repito, sí, importan, y
mucho: creación de abonos; precios más bajos para los
menores; motivar a los recortadores con buenas dietas y
premios; buscar parejas solventes; ganaderías contrastadas y
en buen momento aunque tengan que venir del Kilimanjaro;
presentar el concurso y a los recortadores con algo de
solemnidad, no como si fuera una pachanga –al fin y al cabo
se supone que alguien se está jugando el tipo, o incluso la
vida-; etcétera, etcétera.
A partir de ahí pues –aprovechando que estamos en el
terreno de lo popular- cada olivo –donde todos nos
incluimos- aguante su mochuelo; o mejor, a quien Dios se la
de, San Pedro se la bendiga. Amén.
Antonio Mechó

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