
Quiebra técnica: se dice de aquella empresa cuyo
pasivo exigible es superior al valor del activo real aunque
no haya hecho cesación de pagos ni declarado el estado legal
de quiebra. O sea, dicho en román paladino, una quiebra
técnica es cuando una empresa se ha ido al garete aunque no
se atrevan a decirlo. Y así están hoy los bous al carrer,
esa modalidad de festejo taurino tan manida en la Comunidad
Valenciana consistente en sacar por la calle toros de
arrobas, pitones y afamados hierros, para gusto y deleite de
los toreros sin capote ni muleta, a cuerpo limpio.
En la propia definición del festejo hecha arriba, de hecho,
está el por qué de la quiebra. Desgraciadamente hoy la
afición conspicua –la afición culta, con conocimientos
taurinos, y observadora- es la menor de las posibles por
nuestras calles. Así pues: arrobas, pitones y afamados
hierros, son los únicos paradigmas que guían los ánimos y
deseos de los jóvenes que recorren calles y pueblos en busca
del toro. Y claro, como dijo en su momento hombre sabio, con
gran sorna y picardía: «¡Tararí!, sonó la trompeta que abre
la cueva de los toros. Eran toros de la ganadería sosota de
los Romuáldez, toros que no salían ni listos ni valientes,
por más que se empeñasen sus padres y por más que lo
pareciesen. Se decía que Romuáldez les daba pepinillos en
vinagre para predisponerlos a la valentía; pero sólo tenían
buena estampa para engañar a los paletos.»
LAS ARROBAS
Kilos, kilos y más kilos; ese es el resumen de uno de los
raseros con que el público de los festejos populares calibra
las hechuras y trapío de los toros. Ni encaste, ni
conformación, ni circunstancias… pero también es obvio, el
propio sistema ha viciado el concepto. Si por una parte,
en las fincas madre de las
ganaderías bravas, los piensos compuestos y todo tipo de
porquerías hechas alimento, han variado las líneas típicas
del tipo propio del toro bravo, un eslabón intermedio, el de
los cebadores de los intermediarios que compran el toro en
su lugar de origen y lo revenden luego a las comisiones y
barrios para el bou al carrer, han acabado de convertir un
peligro –el del desencaste por medio de la deformación
fenotípica del toro- en un seña de identidad indeleble.
El daño que han hecho las fincas de recebo para convertir
toros impresentables de origen, en grandes moles aptas para
la lidia callejera –transformado sardinas en lata en
acorazados de guerra-, hoy tiene ya difícil solución. El
público del bou al carrer ha perdido el ojo clínico
que antes le hacía diferenciar un toro en sus kilos –incluso
algo vareado- pero con poder y fibra, con el que
mayoritariamente vemos hoy, muy aparente, pero en realidad
acochinado, fofo y de caldereta.
Así pues, empiezan los interminables desfiles de tanques y
tanquetas por nuestros pueblos. Samueles que parecen sacados
de la Gran Guerra; guardiolas de la de Corea; fuenteymbros
de la Civil; o domecqs de la del Golfo. El problema es que,
ni unos ni otros, van para la guerra.
LOS PITONES
Leña, leña y más leña; el otro ejemplo con el que mesura el
público de los festejos populares las hechuras y trapío de
los toros. Pero, ¿y la integridad?. El tema de los pitones
se ha convertido en tema de maestros; de maestros falleros,
a ver quien pinta y pule con más arte.
Tras rectificación reglamentaria de urgencia, quedó fijado
en su momento que los toros menores de 6 años en la
Comunidad Valenciana podrían lidiarse en els bous al carrer
con sus puntas íntegras; en cambio, estamos seguros que
nadie llegó a pensar en aquel
momento que la normalidad se acabaría convirtiendo en
excepción hoy, por lo que, quién sabe, los reglamentos
futuros tendrán que garantizar esa integridad en lugar de
simplemente permitirla. El afeitado es
norma; qué pocos toros salen íntegros a nuestras calles.
Lamentable, censurable y patético en grado sumo está siendo
por su parte la manipulación de astas de aquellos ejemplares
que se desenjaulan en los concursos de las principales
plazas de la Comunidad. Es habitual el sangrado –o chorreo-
de los bicornes tras los derrotes en tablas en la búsqueda
de los recortadores en las plazas de Castellón y Valencia.
La cuestión de fondo es el por qué del afeitado por estos
lares. Ya no lo preguntamos hace algún tiempo. La
explicación habrá que buscarla por esas fincas de España;
esas fincas llenas de veedores, empresarios y apoderados.
Las consecuencias en els bous al carrer, tal y como se
estila decir ahora, no son más que daños colaterales.
AFAMADOS HIERROS
Fama, fama y más fama; el último despropósito en la
selección de toro para nuestras fiestas. Hoy el vulgo solo
se mueve de su casa si lo que se anuncia lleva hierro de
prestigio. Da igual si la
ganadería pega petardos constantes en la calle –o en la
plaza- o si los ganade(u)ros nos toman el pelo fiestas tras
fiestas. Aquí no pasa nada; repitamos por favor, el año que
viene pa la misma finca porque… el ganade(u)ro es
“que es muy amigo mío”. ¡Ja!. El que se crea
yendo por esas fincas de las Españas que va entre amigos… o
está borracho o se lo hace. Los “ganaduros”, que son la
mayoría, no miran más que el papel moneda. Pocos hay
honrados ya por el campo charro, andaluz, portugués o
madrileño; entre otras cosas porque hoy la mayoría no son
ganaderos en conciencia, sino amigos del pelotazo puestos a
montar una ganadería.
¿Cuáles han sido las consecuencias finales –presentes- de
tanto devaneo y “exhibeplumero” por esas fincas de las
Españas?: precios inasumibles –burbuja táurica- y bajada
alarmante de la calidad del espectáculo.
Muy mal hay que pensar, cuando ganaderías como por ejemplo
–y desgraciadamente no como único ejemplo posible- Cuadri,
“lidia” hoy ya más toros en las calles que las plazas.
Continuará
Antonio Mechó

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