El borrador
del Nuevo
Reglamento de
Espectáculos
Taurinos pone en
pie de guerra a
aficionados,
ganaderos,
juntas
administrativas,
peñas,
empresarios y
recortadores
Varias vacas bravas, bien andadas por las plazas
de toda Euskalherria, vacas astifinas, veletas,
movidas, con un mechoncito en el flequillo que las
identifica como de la muy afamada ganadería Marqués
de Saka, acaban de parir en los prados inclinados
sobre la A-8 del barrio de Arriola, Itziar. El
ternerillo de seis días es colorado. Como la vieja
casta navarra. Como los betizu guipuzcoanos. La
chota es negra y su madre la ha guardado más allá de
las vallas de madera, en un pesebre de hierba y
paja.
Puede, quizás, tal vez, que estos dos novillos
nacidos en Navidad no lleguen a vivir la pasión de
salir a una plaza y enseñorearse de ella como por
los siglos de los siglos y los años de los años han
hecho sus madres y las madres de sus madres. Puede,
quizás, tal vez, que peligre el futuro de las 200
orgullosas cabezas de ganado de la familia
Arrizabalaga. Y las de las cuatro ganaderías
asentadas desde épocas lejanas en Mutriku, pueblo
ganadero donde los haya. Allí están las divisas de
Gorixo, Ibiri, Albizu y Arno. Puede, quizás,
también, que se esté firmando un mal destino para
los animales de Gorriti, el hombre que lleva a
pueblos y ciudades sus ponies y sus jabalíes para
deleite de grandes y chicos. Puede y acaso que
tampoco sea muy halagüeño el futuro de las reses de
Leizarran. Ni el de los toritos de la dinastía
Manzarbeitia, de Orozko, propietaria igualmente de
tres plazas portátiles.
¿Por qué? Aunque sólo sea un borrador y el director
de Juegos y Espectáculos del Gobierno Vasco, Aitor
Uriarte, insista en que ningún reglamento es
intocable y el de Espectáculos Taurinos a aprobarse
en primavera puede recibir alegaciones y ser
modificado, lo cierto es que todo el universo
taurino de Euskadi se ha puesto en puntas, en pie de
guerra, tras tener (dificultoso) acceso a lo que
desde Juegos y Espectáculos califican como simple
«trabajo previo» que deberá ser aprobado por una
comisión formada por los presidentes y ex
presidentes de las plazas de las tres capitales
vascas para luego poder ser presentadas las
alegaciones.
Sin embargo, todos los mundos del toro se rebelan.
No sólo las grandes plazas, encendidos los fuegos
porque el borrador insista en el hecho de que ningún
menor de 16 años pueda entrar en Azpeitia o Vista
Alegre si no es acompañado de un adulto, sino gentes
enfurecidas por la prohibición de que los menores
participen en los festejos populares cuando muchas
veces es la alegría, el ánimo, la ilusión de los
chiquillos, lo que mantiene vivo un espectáculo
viejo en este país como de 800 años. Si no se
aceptan alegaciones, (el plazo termina el cinco de
enero y más de 100 han presentado una mujer brava,
Begoña Manzarbeitia, un enamorado del toro Iñigo
Almorza, de Euskalherriko Errekortadoreak, y la
gente de Saka, apoyados por grandes recortadores
como Jokin y Ander Rodríguez Nogales), se acaba esa
divertidísima escuela itinerante de recortadores
donde, con chotillos que ni cuernos han
desarrollado, se enseña a los niños a acercarse por
primera vez a animales libres y poderosos, siempre
bajo la mirada atenta de profesionales tremendos.
Cuando ni el recortador ni el becerrín son tan
niños, el animal no pesa más de 70 kilos. Era
Euskadi hasta ahora, ejemplo y envidia de otras
comunidades donde el festejo popular, la suelta de
vaquillas, el anillado, el quiebro, forma parte de
la raíz más íntima del espectáculo. Todas admiraban
la no limitación de edad para tocar un chotillo. Y
no, nunca pasa nada en esos espectáculos. El índice
de siniestralidad se cifra en un 2%. Y aunque no
tengan en los medios el reflejo de la Semana Grande
de Illumbe, en este país se realizan más de 5.000
espectáculos con vacas bravas, becerros, chotillos.
Espectáculos que, entre fiestas patronales y
santomases, pueden mover y emocionar a cientos de
miles de espectadores como bien saben peñas del
fuste de Bergarako Betizu Zezenzaleak. Uno de sus
miembros, Anartz, de dos años y medio, sabe que
cuando los becerritos acaban de jugar con los
chavales se meten en el camión y «se van a su casa a
lo lo».
¿900.000 euros?
Pero el borrador del Nuevo Reglamento de
Espectáculos Taurinos plantea otras exigencias que
pueden dar al traste con sokamuturras y quiebros. La
obligación de que el organizador (una peña, una
comisión) deposite una fianza de 30.000 euros, la
subida astronómica (las cuadrillas han llegado a
pensar que se trata de un error tipográfico) del
seguro de responsabilidad civil que, tasado en
900.000 euros, iguala -al alza- una capea a los San
Rokes; la necesidad de que un veterinario certifique
(a ojo de buen cubero) que la res a ser anillada
pese 310 kilos y no sea agresiva (¿una vaca brava es
brava!), la orden de que haya dos ambulancias
durante el festejo... Exigencias apuntadas desde el
desconocimiento de la realidad del mundo popular del
toro y la plaza, hacen temer a los aficionados por
el futuro de las reses nuestras y de las fiestas
nuestras.